viernes, 16 de enero de 2009

Divagaciones Filosóficas



Laura Martínez Domínguez









Las horas transcurren como solo pueden hacerlo cuando el tedio se instala entre ellas: lentas, pausadas y aburridas. El reloj ha bostezado por tercera vez consecutiva. La araña que en él habita ha perdido el sentido de su existencia, por lo que los fenómenos transitorios la tienen sin cuidado, sin embargo los principios inmutables la tienen particularmente entusiasmada. Una mujer recostada en el sillón los mira a ambos como si lograra seguir el pensamiento de la araña y cada uno de los bostezos del reloj.



Hace horas que observa el movimiento continuo de las manecillas, hace segundos que el último pensamiento que pasó por su mente se ha instalado en la nueva lista de obsesiones, en la que le recuerda que debe archivar cada fuente, cada conocimiento, cada momento.
Hace horas que Platón la observa desde su marco y ella se pregunta cómo una persona puede ser tan crítica y especulativa, tan racional y tan mística.




Ella logra ser racional con un gran esfuerzo, siempre debe vencer las ganas de tirarse de cabeza a las peores situaciones, siempre debe obligarse a ser congruente con cada idea adquirida, siempre debe ser critica consigo misma y sin embargo, termina por especular con un futuro mas bien incierto, ¿se pregunta de que le sirve saber lo que debe hacer si de igual manera termina por hacer lo contrario? Platón, desde su postura inamovible, le respondería que es el amor al saber lo que siempre nos lleva a encontrar la respuesta a cada pregunta.




Consciente de que una pintura no puede responderle y mucho menos disiparle dudas milenarias, hace acopio de su memoria y así recordar la última plática que ha tenido con el personaje aquel que apareció de sus sueños, el que una tarde como cualquier otra introdujo en su mente la palabra filosofía, y ahora recostada en el sillón, trata de desentrañar. Ha consultado a Descartes y este al igual que Platón solo le responde que se ocupa de la explicación de las verdades últimas, no le dice nada ¿o será acaso que debe hacer lo que Solón y viajar por tantas tierras como le sea posible con el fin de ver cosas? No lo cree; terminarían por llamarle filósofa y ella solo quiere saber lo que significa filosofía.




El reloj ha bostezado una vez mas, la araña ha dejado de moverse y la mujer se pregunta que era exactamente lo que estaba pensando… cierto, en la palabra filosofía, pero ¿Por qué? ¿De donde salió esa palabra? Ya recuerda, del ocio que lleva a la desesperación y la desesperanza, el que te hace repasar cada una de las conversaciones y ensoñaciones, en el que se sumerge cada vez que una de sus crisis se asoma por la ventana igual que la luna o las estrellas, ¿o es al revés? No importa. La palabra filosofía se ha instalado en su cerebro y es hora de saber que significa.




Así supo que quien había entusiasmado a la araña era Bacon, en tanto que el reloj debería escuchar seriamente a Wolff por aquello de las cosas posibles y los fundamentes de su posibilidad. En tanto el gato poderosamente divino, juega con los positivistas y su compendio general de la ciencia, lo que hace reír a la mujer porque alcanza a leer, antes que el gato desaparezca debajo de la mesa, que un filósofo es un especialista en generalidades. ¿Cómo te puedes especializar en generalidades? ¿Cómo puedes saber todo y a la vez tener en cuenta que no sabes nada?




El gato sale de la mesa relamiéndose los bigotes, la mujer se pregunta ¿Qué comerá? ¿Acaso encontró pedazos de filosofía y decidió digerirlos? Ella quisiera hacer lo mismo. Quisiera digerir la frase aquella que le dijo al oído que la filosofía es una actitud, un estilo de vida… la pregunta que se cuela por entre las hendiduras es que ¿Qué es la vida? ¿O cual es la manera correcta de vivirla?... el día ha tocado a su fin por lo que el reloj ha salido del extraño letargo, la araña aun no ha encontrado ni salida ni el sentido de su existencia, y el gato y la mujer simplemente han decidido salir a saludar a la luna.